Ubicación: Córdoba, Argentina
Año: 2020
Autores: Arq. Carolina Vitas, Arq. Cristián Nanzer
Colaboradores: Arq. Marcos Barboza, Arq. Juan Pablo Albretch, Arq. Julia Palandri, Arq. Lourdes Cuadro
MEMORIA DESCRIPTIVA
Una casa: una aldea. Toda arquitectura lleva implícita su vocación de ruina, tal condición es la forma final con que la arquitectura entra en comunión y vuelve a la naturaleza. De este potencial destino, nos interesó la expresión física de lo inacabado, lo que el tiempo y las inclemencias van transformando, los modos en que la obra es, gradualmente, tomada y constituida por el paisaje, disolviendo lentamente su singularidad en el todo. La casa se piensa como un promontorio de hormigón y piedra surgido de la colina, una casa muraria fragmentada, que emerge a partir de la organización y repetición de volúmenes de idéntica dimensión en planta, 5 x 5 metros, con alturas variables y techos inclinados por prescripción del código de edificación, articulados por vacíos estratégicos, patios, pasajes e intersticios, que en el exterior dan lugar y preservan a las especies del monte local, quebrachos colorados, talas, espinillos y chilcas, entre otras y en el interior, se convierten en las “calles” de circulación de esta urdimbre pétrea, a la manera de una aldea medieval de montaña. Cajas murarias que delimitan vacíos, los cuales son tan importantes como los llenos, por allí se cuela el paisaje circundante y se atempera el espacio exterior para su uso, protegiéndolo de vientos predominantes y orientados en función de la rotación solar.
La circulación principal vincula el exterior con el corazón de la casa, se materializa como un volumen de hormigón netamente horizontal, que por la pendiente del terreno, en el sector del acceso se despega del suelo a 2.20 metros de altura, adoptando la fisonomía de una viga cajón, conformando un pequeño atrio, cuyo punto focal lo constituye una ventana cenital que enmarca el cielo, así, cada vez que alguien entra o sale de la casa, involuntariamente, ejecuta el gesto arcaico de mirar al firmamento, el infinito vertical que nos devuelve la escala precisa de nuestro devenir en relación al universo. Esta circulación salva los desniveles del terreno y articula todos los espacios de la casa, constituye el lugar por dónde se transita invariablemente a toda hora. Por esta razón, asume un rol central en el proyecto, da continuidad al paisaje exterior dentro de la casa, a partir de perforaciones que dan a patios internos o externos, planteando una atmósfera de transición entre el afuera y lo doméstico. Una “calle mayor” que une, ordena y deriva hacia el resto de las dependencias, en horizontal y en vertical, puesto que se vincula a la escalera principal en su descanso intermedio, determinación tipológica que deja, tanto las habitaciones de planta alta, como las de planta baja con sus respectivos servicios, siempre equidistantes y a medio nivel del espacio de reunión principal, que se estructura alrededor de la cocina y el fuego.
La cocina es el centro de gravedad de la vida en esta casa, la solicitud del comitente queda expresada en la configuración tipológica de la vivienda, siendo el espacio de arribo y estancia, donde el interior se comunica abiertamente y en distintas direcciones con el espacio exterior y la potencia de su paisaje. Constituye un espacio diáfano de altura y media, presidido por una mesada / barra que se despega del suelo, como una escultura o un altar culinario, que rige las horas familiares, encuentros de amigos y sus vivencias, entremezclados con los ritos gastronómicos. La condición material define y cualifica esta casa, es a través de ella que se expresa la técnica utilizada en todo el conjunto, la del muro ciclópeo encofrado, un procedimiento artesanal ejecutado a partir de la experiencia en el trabajo con la piedra de los obreros locales, que colada tras colada va imprimiendo la textura de la madera que encajona la argamasa y comprime la piedra, también se construye con el “error” y las variaciones de plomo que surgen en el muro mientras se eleva la estructura, el azar de la distribución de las piedras y su color mineral en función de la procedencia de la cantera donde se las extrae, todo esto da carácter físico, de un estímulo táctil a los límites del espacio. Los muros funcionan como textos, una caligrafía tectónica dispuesta por marcas y señas, que ofrecerán infinitas variaciones al ser expuestos a las condiciones cambiantes de la luz y su incidencia según las estaciones del año. La materia descarnada expuesta a la intemperie y el tiempo, el procedimiento material para que esta casa entre en comunión con el paisaje circundante.
Año: 2020
Autores: Arq. Carolina Vitas, Arq. Cristián Nanzer
Colaboradores: Arq. Marcos Barboza, Arq. Juan Pablo Albretch, Arq. Julia Palandri, Arq. Lourdes Cuadro
MEMORIA DESCRIPTIVA
Una casa: una aldea. Toda arquitectura lleva implícita su vocación de ruina, tal condición es la forma final con que la arquitectura entra en comunión y vuelve a la naturaleza. De este potencial destino, nos interesó la expresión física de lo inacabado, lo que el tiempo y las inclemencias van transformando, los modos en que la obra es, gradualmente, tomada y constituida por el paisaje, disolviendo lentamente su singularidad en el todo. La casa se piensa como un promontorio de hormigón y piedra surgido de la colina, una casa muraria fragmentada, que emerge a partir de la organización y repetición de volúmenes de idéntica dimensión en planta, 5 x 5 metros, con alturas variables y techos inclinados por prescripción del código de edificación, articulados por vacíos estratégicos, patios, pasajes e intersticios, que en el exterior dan lugar y preservan a las especies del monte local, quebrachos colorados, talas, espinillos y chilcas, entre otras y en el interior, se convierten en las “calles” de circulación de esta urdimbre pétrea, a la manera de una aldea medieval de montaña. Cajas murarias que delimitan vacíos, los cuales son tan importantes como los llenos, por allí se cuela el paisaje circundante y se atempera el espacio exterior para su uso, protegiéndolo de vientos predominantes y orientados en función de la rotación solar.
La circulación principal vincula el exterior con el corazón de la casa, se materializa como un volumen de hormigón netamente horizontal, que por la pendiente del terreno, en el sector del acceso se despega del suelo a 2.20 metros de altura, adoptando la fisonomía de una viga cajón, conformando un pequeño atrio, cuyo punto focal lo constituye una ventana cenital que enmarca el cielo, así, cada vez que alguien entra o sale de la casa, involuntariamente, ejecuta el gesto arcaico de mirar al firmamento, el infinito vertical que nos devuelve la escala precisa de nuestro devenir en relación al universo. Esta circulación salva los desniveles del terreno y articula todos los espacios de la casa, constituye el lugar por dónde se transita invariablemente a toda hora. Por esta razón, asume un rol central en el proyecto, da continuidad al paisaje exterior dentro de la casa, a partir de perforaciones que dan a patios internos o externos, planteando una atmósfera de transición entre el afuera y lo doméstico. Una “calle mayor” que une, ordena y deriva hacia el resto de las dependencias, en horizontal y en vertical, puesto que se vincula a la escalera principal en su descanso intermedio, determinación tipológica que deja, tanto las habitaciones de planta alta, como las de planta baja con sus respectivos servicios, siempre equidistantes y a medio nivel del espacio de reunión principal, que se estructura alrededor de la cocina y el fuego.
La cocina es el centro de gravedad de la vida en esta casa, la solicitud del comitente queda expresada en la configuración tipológica de la vivienda, siendo el espacio de arribo y estancia, donde el interior se comunica abiertamente y en distintas direcciones con el espacio exterior y la potencia de su paisaje. Constituye un espacio diáfano de altura y media, presidido por una mesada / barra que se despega del suelo, como una escultura o un altar culinario, que rige las horas familiares, encuentros de amigos y sus vivencias, entremezclados con los ritos gastronómicos. La condición material define y cualifica esta casa, es a través de ella que se expresa la técnica utilizada en todo el conjunto, la del muro ciclópeo encofrado, un procedimiento artesanal ejecutado a partir de la experiencia en el trabajo con la piedra de los obreros locales, que colada tras colada va imprimiendo la textura de la madera que encajona la argamasa y comprime la piedra, también se construye con el “error” y las variaciones de plomo que surgen en el muro mientras se eleva la estructura, el azar de la distribución de las piedras y su color mineral en función de la procedencia de la cantera donde se las extrae, todo esto da carácter físico, de un estímulo táctil a los límites del espacio. Los muros funcionan como textos, una caligrafía tectónica dispuesta por marcas y señas, que ofrecerán infinitas variaciones al ser expuestos a las condiciones cambiantes de la luz y su incidencia según las estaciones del año. La materia descarnada expuesta a la intemperie y el tiempo, el procedimiento material para que esta casa entre en comunión con el paisaje circundante.